Las mayores estupideces que hacemos por amor
Una mujer escribió:
«Me pegó y fui yo quien le pidió perdón para tranquilizarlo. Después de esto se fue de la casa dos días, hasta que le supliqué que volviera. Trato de darle gusto en todo para que no se sienta mal, ¿será que es un disparate ser tan comprensiva?»
Una cosa es ser comprensiva y otra someterse hasta perder cualquier rastro de autoestima. Es una forma más de harakiri. Tranquilizar al depredador es sinónimo de miedo, de pánico. El comportamiento «apaciguador» de la mujer que escribió causa altos costos emocionales y conlleva una buena dosis de irracionalidad. ¿Cómo explicar que una víctima se considere a sí misma responsable de que la maltraten e incluso lo justifique? Quizás de tanto machacar, el hombre haya logrado una especie de adoctrinamiento de su pareja para dejar claro que él es un ser superior. El control total se completa con mostrarse «ofendido», mientras que la mujer no se disculpe. Años de adiestramiento convierten a la otra persona en un títere: «No importa lo que pase ni como sean las cosas, tu deber es darme gusto siempre». La mujer que escribió no parece la compañera del hombre, sino su geisha. Si tu pareja[…]”
Reflexión:
“Recuerda y grábalo a fuego en tu cerebro: la premisa de la persona narcisista se basa en la exclusión, el no reconocimiento del otro como un interlocutor válido y en su sometimiento: «Tengo más derechos que tú». Cuando sufres de tal lavado cerebral, no es de extrañar que te atribuyas una responsabilidad que no te corresponde. No solo se ama al verdugo, también se lo exime. ¿Qué hacer? Si la relación no es democrática, tratar de equilibrarla, ejercer los derechos personales de manera valiente y, si no es posible, irse.
Pág. 74