La prudencia excesiva también es nociva

Redacción Editorial Phrònesis

Cuando la autocensura se vuelve demasiado grande, sobreviene una terrible enfermedad conocida como constipación emocional. En estos casos, la emoción y los pensamientos quedan aplastados bajo el inclemente sobrepeso de una consciencia fiscalizadora y el miedo a excederse.

Presta atención al siguiente fragmento de la nueva “Guía práctica para descubrir el poder sanador de las emociones” de Walter Riso, el final es muy divertido:


Guía práctica para descubrir el poder sanador de las emociones – Walter Riso

Paso 9: Liberarse del pasado: La prudencia excesiva impide el procesamiento emocional

La sobriedad extrema y generalizada despierta en mí una especie de paranoia y desconfianza primaria. Siempre he considerado que las personas que no tienen problemas con nadie son, al menos, sospechosas de no decir lo que sienten y piensan.

Analiza esta anécdota y saca tus conclusiones:

En una reunión social, un grupo de invitados hablaba sobre el “don de gentes”. Ellos sostenían que había personas que se hacían querer por todo el mundo, porque eran muy buenas y jamás daban motivos para que se les rechazara. Mi opinión fue otra. Si se fijan posiciones, por puras probabilidades, habrá gente que no estará de acuerdo, y si el tema es álgido (v.g. política, religión, sexualidad), peor.

Por más  amable, cordial y ecuánime que sea un sujeto, si en una reunión de personas ultra conservadoras apoya públicamente las relaciones prematrimoniales, perderá de inmediato el “don de gentes”.  Entonces, como los humanos somos susceptibles de ofendernos con facilidad, al menos en cuestiones de principios, la honestidad comunicativa creará incomodidad, así se utilice en pequeñas dosis.

Si nadie habla mal de X, me acerco a X con cautela. Si una persona está de acuerdo con todo el mundo, me reservo el beneficio de la duda, por lo menos no me sentiría seguro de poner mi vida en sus manos. Cuando terminé de explicar mi punto de vista, me encontré hablando solo, con una viejecita muy simpática que me sonrió todo el tiempo y que padecía una sordera crónica. La sinceridad es incómoda y a veces imprudente, pero necesaria. Hay que balancear la cosa y decidir.

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